jueves, 26 de abril de 2012

¡Trágame, tierra!

Ya he participado en el concurso de Candela con la entrada que publiqué aquí hace tiempo "Yo no soy ésa", donde explicaba una situación en la que hice el ridículo y me hubiera gustado que me tragase la tierra. Pero me ha insistido para que cuente otra, y aquí va.

Pasó hace muchos años, al poco de nacer mi hijo mayor. Tomé la sana costumbre de ir todos los sábados a comer a casa de mis padres, así veían a su nieto, y mientras yo me dejaba mimar un rato, comiendo los ricos platos que mi madre me cocinaba especialmente.
Mis padres viven en el cuarto piso de una finca que hasta hace poco no tenía ascensor.
En aquellos tiempos no había los maxicosis y virguerías de ese estilo que hay hoy en día. Yo tenía un cochecito clásico, de estilo inglés, con grandes ruedas y un enorme cuco (no sé si se llama así en todas partes, es el capazo extraíble del cochecito del bebé para los primeros meses). Iba a casa de mis padres en coche, entonces no era obligatoria una sillita especial para llevar al bebé. Ponía el cuco en el asiento de atrás, y luego cargaba con él, subiendo los cuatro pisos, con la lengua fuera y descansando en cada rellano. Debo decir que mi hijo pesó al nacer más de cuatro kilos, así que con un mes o dos ya era una bestia parda.
En el primer piso, primera parada, me encontré con una antigua vecina (algo menor que mi madre) que bajaba. Hacía mucho tiempo que no la veía, la saludé, se paró, y me preguntó por mi nueva vida y por el bebé. Yo le contesté, resoplando, que el niño era tan grande que me costaba subirlo, que pesaba como un muerto
En ese instante vi que estaban bajando por la escalera un féretro. Su marido iba dentro.
No hace falta que diga que hubiera querido desaparecer, aunque fuese por el hueco de la escalera.
 

sábado, 21 de abril de 2012

El amor... ¡Ay, el amor...!

En vísperas de Sant Jordi (día del Libro, de la Rosa y de los Enamorados en Cataluña, además del aniversario de mi primer ERROR GRAVE), en lugar de hacerme la intelectual y comentar libros, voy a tocar el tema más antiguo y manido de todos los tiempos: EL AMOR.
O, mejor dicho, EL ENAMORAMIENTO. No voy a descubrir la sopa de ajo, sólo voy a plasmar algunos de los múltiples interrogantes que me planteo.  Porque a pesar de lo trillado del asunto, como en otros, no hay libro de instrucciones, y somos bastante analfabetos. Aunque hay quien cree que por haber tenido varias experiencias y haber sufrido algún revés ya es sabio en el tema.

Entro en materia:
¿Por qué hay gente más enamoradiza que otra?
¿Qué condiciones se tienen que dar para enamorarse?
¿Son las mismas para todo el mundo? Evidentemente, no, pero ¿las sabemos nosotros mismos? ¿Somos conscientes de qué precisamos para enamorarnos? A poco que uno se conozca, sabe lo que le es incompatible, lo que no quiere, lo que le atrae, pero eso son condiciones necesarias, que no suficientes.
¿Sabemos cuáles son las cualidades que debe tener alguien para que consiga hacer saltar la chispa en nosotros? ¿Hay un detonante?
¿O no existe esa cualidad, y es una casualidad?
¿Tiene que ser una conjunción de astros, situaciones, características, etc?
¿O nada de todo esto, y además cada vez (si es que hay más de una) es distinta? ¿Puede no darse nunca? El enamoramiento, ¿puede provocarse deliberadamente?

Quién no se enamora fácilmente, ¿es que no sabe amar? ¿es más egoísta? ¿más frío? ¿más exigente? Y por el contrario, quien lo ha hecho varias veces, ¿es facilón? ¿poco fiable? ¿superficial?
¿Hay que esperar a estar enamorado para establecer una relación? ¿Es deseable que sea así? ¿O en realidad son mejores las relaciones racionales y razonadas, interesantes e interesadas, buscadas y elaboradas, trabajadas, pensadas, desde un inicio más o menos tibio? ¿Es malo iniciarla sólo con algunas de las condiciones necesarias, en busca del milagro?
¿Es esto una aberración, y hay que esperar a alguien que te remueva desde el principio todas las células de tu ser, que te ponga los pelos de punta y te sacuda las neuronas, aunque sepas que será pasajero, para construir algo en común?
¿Es más fuerte el amor cuando ha surgido de un flechazo, o cuando se ha cocinado a fuego lento? ¿O no tiene nada que ver?

¿Uno es culpable de no enamorarse, ante la persona que se enamora de uno?
Después de conocer a alguien, ¿cuánto tiempo hay que dejar pasar para saber que ya no saltará la chispa?
¿Tiene que saltar al primer o segundo encuentro, y si no, ya hay que abandonar?
¿Hay que esperar a entrar un poco en materia, para decidir que aquello va a llegar o no a alguna parte?
¿Quién lo decide? ¿Está estipulado?
¿Es una falta de respeto por el otro, que sí lo tiene claro, esperar? Si no surge el amor, ¿es recomendable seguir con una relación de amistad? Naturalmente, cuando uno de los dos se ha enamorado y el otro no, mejor romper toda relación, aunque aquí hay gustos para todos...
¿Qué es lo correcto, lo noble, lo deseable, para zanjar la relación, en cuanto a tiempo se refiere?
¿Hay que hacerlo saber, no mostrar interés o actuar fríamente mientras se está deliberando si continuar o no?

¿Es mentir, estafar, timar, poner ganas en el intento cuando al final se va a resolver negativamente?
¿Queremos todos que nos aparezcan las mariposas en el estómago? ¿Podemos todos?
¿Quien se enamora tiene que ser prudente y esperar a que el otro dé muestras en un sentido u otro?
¿Es aconsejable rebelarse contra los propios sentimientos si el objeto de deseo no tiene los mismos? Hay quien prefiere renunciar de entrada si no es correspondido a la vez y en la misma medida.

¿Cómo no va a ser un tema inagotable, si no tenemos ni idea, es un pilar en nuestra vida, y hay casi tantas opiniones como individuos?
Me gustará saber lo que pensáis.

domingo, 15 de enero de 2012

No habrá paz para los ingenuos

Iba a empezar esta entrada, después de tres meses sin escribir (montón de cosas han pasado, unas malas y otras peores, algunas muy buenas, como el encuentro en Madrid con mis buenas amigas), diciendo que me iba a cambiar el alias. En lugar de Maikix Tiquismiquix, iba a llamarme Antoñita la Fantástica, o Bob Esponja, o Candy-Candy...

Pero no. Puede que me haya equivocado con el apodo que mejor me define, pero también soy tenaz y me gusta aprender, así que en lugar de ajustar el título, me ajustaré yo.

Y es que ya me he cansado de ser Ingenua.
La ingenuidad en sí misma no es mala ni buena, no debe confundirse con la estupidez o simplicidad, cosa que hacen muchos no ingenuos. Y es ahí donde duele. Se es ingenuo no por estúpido o ignorante, sino si acaso por un exceso de naturalidad y de llevar la franqueza y la sinceridad más allá de lo que es estrictamente necesario y resulta recomendable.
El ingenuo carece de capacidad para el disimulo y el fingimiento (incluso cuando es pertinente), y le falta  aptitud para la sospecha y la desconfianza. Cree que las cosas son siempre lo que parecen, de la misma manera que piensa que tiene que parecer siempre lo que es, siente o piensa. Considera que los demás son siempre creíbles ya que nadie, al igual que él mismo, tiene necesidad de fingir.

¿Recomendable? Para nada. 
El ingenuo no tiene ningún problema para sobrevivir mientras no se tope con los tiburones, chacales, buitres, hienas y otras hierbas eufemísticas que se aprovechan de él, y que son legión.
Por el contrario el astuto... ¡Ay, el astuto! Me he leído el programa de estudios, y ya he decidido lo que quiero ser de mayor:
Mamá, quiero ser Astuta. Si no puedes con tu enemigo, únete a él.

De la misma manera que la ingenuidad no es manifestación de tontería, la astucia no es sinónimo de inteligencia. Aunque se puede ser ingenuo y tonto, pero difícilmente se puede ser tonto y astuto. Sin intelecto no hay astucia que valga, pero tanto ésta como la ingenuidad son fruto del temperamento y del carácter, y a veces también de la experiencia y la edad. Así pues, ser astuto no es fácil, especialmente cuando no viene de serie, pero se puede aprender, y a eso voy.

La Astucia, al contrario que la ingenuidad, es el arte del fingimiento y el disimulo. No se es astuto si no se empieza por disimular que se es, aunque para ello uno tenga que hacerse pasar justamente por candoroso e ingenuo.
Para ser astuto no hay que ser necesariamente retorcido y malévolo, egoísta o embustero, ni hay que asociar necesariamente astucia con engaño, ya que el objetivo que se persigue con la astucia puede ser noble. Se puede ser astuto sin engañar, y serlo, además, para evitar que a uno le engañen. Es una simple estrategia.
Y así como la ingenuidad que nace del desconocimiento no es más que ignorancia, la astucia que se basa en la utilización de la mentira o el engaño, traición o chantaje, no es astucia, sino maldad.

¿Cómo se hace para ser astuto? 
La astucia consiste, entre otras cosas, en saber cuándo hablar y cuándo callar.
Para ser astuto, pues, hay que ser capaz de simular y disimular, fingir y controlar, obtener la máxima información proporcionando la mínima. Pero, sobre todo, saber cuándo conviene hacer eso y cuándo justamente lo contrario. A veces lo más astuto es no fingir ni disimular en absoluto. Que se tenga la capacidad para hacerlo (cosa que no tiene el ingenuo) no significa que haya que hacerlo a todas horas. El astuto es, primordialmente, un individuo capaz de calcular y controlar lo que ha de hacer o decir.
Caracteriza al astuto la ausencia de espontaneidad y naturalidad, el permanente control que ejerce sobre sus impulsos y sus emociones, la frialdad y el cálculo permanente que le conduce a no dar un paso sin saber y decidir previamente dónde quiere poner el pie. Y el astuto puede esperar el tiempo que sea preciso para hacerlo. Ser astuto implica, por tanto, ser paciente. El astuto sabe aguardar siempre el momento oportuno. 

Nadie dijo que fuese fácil. Especialmente cuando se parte del lado opuesto. ¡La ley del péndulo! 
Pero no hay que caer en los extremos, la virtud siempre está en el medio: No creer en cuentos de hadas ni descubrir peligros en cada gesto o en cada palabra; no vivir para engañar, pero tampoco para ser engañado; ni mangonear ni dejar ser mangoneado.

(Digo yo que en los estudios se incluirá aquélla acepción del juez comprensivo con el marido que llamaba zorra a su mujer, sin ánimo de insultarla).

La información sobre ingenuidad y astucia la he obtenido de aquí.

LinkWithin

Blog Widget by LinkWithin