Veo a mi alrededor gente empecinada en sus verdades y sus razones, enrocada en su posición y ofuscada por hacer prevalecer su opinión.
Afortunadamente, como digo, esta vez al menos, no soy protagonista, cosa que me alivia, porque desgasta mucho. Me estoy haciendo mayor y, tras varias meteduras de pata, intento no cuadrarme en lo que yo pienso o creo y dejar las puertas abiertas. Siempre y cuando el tema o las personas implicadas lo merezcan, claro.
Sé por experiencia que cuando uno está convencido de algo, lo está de verdad, y su cuerpo y su mente le acompañan en sus creencias. También sé, por experiencia y porque lo he estudiado, que la memoria es traicionera. No porque no guarde todo o cueste recuperarla, sino porque los recuerdos se guardan como les da la gana. Recordamos algo de una manera determinada, no necesariamente tal y como ha ocurrido. Esto es difícil de aceptar cuando uno está recordando algo que le parece que está reviviendo tal cual pasó, pero insisto en que puede que no sea real.
El cerebro, en algunas cosas como la memoria, no es tan listo como parece, sino que es acomodaticio, caprichoso, interesado y subjetivo, no es un ordenador central. No es ni siquiera un ordenador personal que guarde las vivencias como pasan, como si fueran ficheros dejados en carpetas inmutables. Es influenciado por nuestra mochila particular.
Por otro lado, a veces uno se cree con unos derechos que ha adquirido unidireccionalmente sin contar con todas las partes, sencillamente porque piensa que debe ser así, sin haber consultado previamente. A veces creemos que es justo lo que nos favorece, no lo que es de justicia.
Y por supuesto, cuando uno se enroca en su posición, ya sea porque cree que algo ha pasado o dejado de pasar, o bien porque cree que le niegan un derecho, lo más fácil es parapetarse en su fortín y olvidar la empatía. Olvidamos que el enemigo no suele ser universal, que es amigo de alguien y nosostros somos a su vez el enemigo, al menos, del nuestro.
A veces bajarse del burro es vencer. Y casi siempre el tiempo lo pone a todo en su lugar. Y si no lo hace, por lo menos te evita una úlcera.
Hace poco he tenido que claudicar ante afirmaciones falsas, sabiendo que tenía razón (por pruebas y testigos), porque me ha interesado a mí, por vivir tranquila, por no echarme piedras al hígado, por respirar, simplemente, y decir...
NO ES IMPORTANTE PARA MÍ.