lunes, 28 de julio de 2008

Día 3. Gozo














De momento posponemos lo de alquilar coche. Como tenemos que coger el ferry para ir a la otra isla, seguimos con los autobuses.

En la que empieza ya a ser nuestra segunda casa, la terminal de autobuses de Bugibba, cogemos un autobús hacia Cirkewwa, de la que parte el ferry a las 12. El ferry es enorme, y embarcan también coches. El trayecto hasta Gozo es corto, una media hora.

En el puerto se ofrecían los taxis para llevarte a hacer un recorrido por la isla a un precio pactado, con dos modalidades, uno corto y otro largo. Decidimos cogerlo, con el recorrido largo, para ver lo más posible.

El taxista, John, parecía buena gente. Empezó llevándonos a la capital, situada en el centro de Gozo, Victoria, llamada así en honor a la reina Victoria de Inglaterra, pero los malteses la llaman Rabat. Dentro de lo que habíamos visto, nos pareció una ciudad bonita. En general Gozo parecía más bonita que Malta, quizá porque estaba más cuidada gracias a una menor población. Nos dejó una hora de tiempo para visitar la Ciudadela, la antigua ciudad, desde donde se divisaba prácticamente toda la isla, y dar una vuelta por la ciudad.
El calor apretaba, y se hacía difícil compaginarlo con los paseos, así que acabamos en un bar, refrescándonos.

De Victoria, John nos llevó a la Ventana Azul, un espacio natural rocoso con un arco excavado en la roca, al oeste de Gozo, donde se practicaba submarinismo y donde los niños se bañaron. Junto a la Ventana había una laguna de agua salada, donde volvieron a bañarse, y Eva se animó también, acalorada como estaba. A mí me daba apuro mojarle el coche al taxista, y yo soportaba mejor el calor.

De ahí fuimos a Marsalforn, un pueblecito en la costa norte de la isla, donde teníamos que comer en tres cuartos de hora, así que no vimos más que el puerto, donde comimos. Yo me comí unos macarrones con una salsa típica maltesa, hecha con carne picada y abundantes especias.
La razón de comer tan rápido era porque después John nos llevaba a ver el templo de Ggantija, restos prehistóricos cuya entrada cerraban a las cuatro y media. Como nos sobraba tiempo, Àlex se dejó la camiseta en el restaurante, y tuvimos que volver a buscarla.
Vimos las ruinas, dos templos megalíticos juntos, que estaban rehabilitando, en un cuarto de hora.

Al salir de allí, John nos dio la opción de ir a visitar la cueva de Calypso o ir a la bahía de Ramla a darnos un chapuzón. Hubo consenso. Al fin y al cabo, desde la playa se veía la gruta en lo alto de la montaña.
Mientras nos bañábamos en la playa, John esperaba pacientemente.

A las seis de la tarde nos dejó en el puerto, donde cogimos el ferry de vuelta a Malta.
Le dimos propina, se la había ganado.

Creo que fue el mejor día de este viaje.

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